La reseña de la prensa francesa del 22 de septiembre de 2014

La vuelta a la política de Nicolas Sarkozy ocupa unánimemente, salvo en la prensa deportiva, portadas y editoriales de los diarios franceses de hoy.

“La derecha en guerra” es el contundente titular de portada de Libération en la que constata que, nada impresionados por la entrada en liza de Nicolas Sarkozy, los tenores de la derecha Alain Juppé y François Fillon han atacado este fin de semana al ex presidente, quien concedió una entrevista televisiva ayer por la noche. Tres cuartos de hora aguantando la pose en la cadena France 2, ironiza Eric Decouty en el editorial de Libération. La pose de un hombre tranquilo, consciente de sus errores del pasado, animado por ambiciones colectivas y ya no personales. Reunir una derecha desmantelada y un país desesperado. Hombre providencial para la derecha y para Francia. Pero durante tres cuartos de hora, Nicolas Sarkozy no ha dicho nada sobre su balance presidencial, no ha reconocido ninguno de sus errores, ni ha negado toda implicación en los escándalos que lo amenazan. No ha dicho tampoco nada acerca de su programa ni de la línea que pensaba seguir. Ayer domingo, Nicolas Sarkozy también ignoraba olímpicamente a sus rivales Alain Juppé o François Fillon, persuadido de su victoria sobre ellos en un futuro próximo. Y que toda la derecha se pondrá tras su salvador. Como en el pasado. Pero los tiempos cambian, apunta Libération. Sus oponentes no se muestran tan resignados como hace diez años y su personalidad o su talento político no bastan para construir un programa. Como consecuencia, concluye Libération, las hostilidades en una derecha arruinada, sin dinero ni ideas, están oficialmente abiertas.

La prensa conservadora subraya también el clima bélico en la derecha. “Sarkozy lanza la batalla de 2017” es el combativo titular de portada de Le Figaro en la que destaca que la vuelta del que fue presidente incita a sus rivales a reafirmar su determinación con las presidenciales en su punto de mira. Para Paul-Henri du Limbert, quien firma el editorial de este diario conservador, la vuelta de Nicolas Sarkozy tiene al menos el mérito de cerrar un capítulo de la historia de la derecha francesa. Desde la elección de François Hollande, la oposición se ha balanceado entre lo ridículo y lo patético. Inaudible, en pedazos, desesperante, la UMP ha desperdiciado veintiocho meses tirándose los platos a la cabeza y perdiéndose en querellas inútiles, salpicadas de escándalos nauseabundos. Comprendemos que sus electores hayan perdido la paciencia y cambiado de tienda. Por el lado del abstencionismo o de la extrema derecha. El que fue jefe del Estado ha puesto las cartas boca arriba y obliga a su partido a establecer un debate de fondo. Es, esperemos, una buena noticia, apunta Le Figaro. Se hablará de ideas y de los inmensos desafíos a los que debe enfrentarse Francia, viejo país sumergido en un mundo nuevo. El calamitoso mandato de François Hollande, concluye Le Figaro, impone hacer saltar todos los cerrojos que encadenan a Francia y a la derecha desde hace quince años. El modelo francés debe ser renovado completamente y el candidato que gane será el que se comprometa a renovar todo, sin tabúes ni complejos.

“Vuelta de Sarkozy, síntoma de una democracia enferma” es el preocupado titular de portada del comunista L’Humanité, en la que apunta que Nicolas Sarkozy se presenta como el único recurso. Una revancha que ha hecho posible el fracaso de Hollande. El epílogo del insoportable culebrón de la vuelta de Nicolas Sarkozy, preparado desde el día después de su derrota de 2012, constata Maud Vergnol en el editorial de este periódico comunista, se desarrolló ayer ante las cámaras de televisión. La puesta en escena del sacrificio, calcada sobre el mito bonapartista del retorno de la Isla de Elba, estaba perfectamente calibrada. De este modo, el multimillonario, feliz con su pareja, y satisfecho por sus lucrativas actividades en Qatar, renuncia a la buena vida por “sentido del deber”. Pero el guión hace pronto aguas, concluye L’Humanité, si tenemos en cuenta la falta de credibilidad que alcanza el que fuera inquilino del Elíseo.