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Opinión

Película anti-islámica: los factores de la violencia

La violencia que se desató días atrás en varios países árabes, y que ha costado la vida de varias personas, entre ellas el embajador de Estados Unidos y tres funcionarios de la sede diplomática en Bengasi, son producto, entre otros factores, de un choque entre fanatismos, manipulaciones políticas, diferentes concepciones del Estado, efectos de la crisis económica, y el descrédito que tiene Estados Unidos en algunos países.

El consulado estadounidense en Bengasi, incendiado el 11 de septiembre de 2012. Allí murió el embajador estadounidense Christopher Stevens.
El consulado estadounidense en Bengasi, incendiado el 11 de septiembre de 2012. Allí murió el embajador estadounidense Christopher Stevens. REUTERS/Esam Al-Fetori
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Ésta no es la primera vez que una caricatura, una película u otra expresión burlesca o insultante produce reacciones violentas desde sociedades,  grupos sociales y gobiernos con cultura musulmana.  El enfrentamiento entre  el Islam y el cristianismo arranca de lejos en la historia de la religión y la política. Desde el fin de la Guerra Fría, y particularmente a partir de septiembre de 2001, los recelos frente al Islam y las percepciones persecutorias respecto de Occidente en el mundo musulmán se han acentuado. 

Hasta 1989 se creía que la religión era un fenómeno restringido a la esfera privada y en progresivo declive. El fin de la política de bloques, la falta de controles de las grandes potencias, más la crisis y el colapso del Estado en diversos países, desde Somalia a los Balcanes pasando por Haití y Congo, llevó a que muchas sociedades se refugiaran en identidades melancólicas de pasados mitificados y exaltaciones presentes y futuras de las religiones.

Exaltación de identidades

Pero el fenómeno de la religión usada como identidad, en muchos casos entremezclada con el nacionalismo, no ha sido exclusivo de estados débiles postcoloniales. Estados Unidos es un caso especial en el que grupos religiosos, especialmente los evangélicos de diverso tipo,  tienen una fuerte implantación social con una agenda conservadora que incluye el anti-evolucionismo, la guerra contra la igualdad de la mujer, el aborto y los homosexuales, y un fuerte apoyo a Israel contra los palestinos.

En el mundo musulmán numerosos líderes religiosos,  organizaciones político-religiosas y grupos armados han aprovechado la ola de renacimiento religioso, crisis del Estado, y en muchos casos dictaduras, para ganar apoyo social con un ideario basado en guerras milenaristas contra los corruptos gobernantes de sus países y Estados Unidos, heredero del colonialismo británico y francés. 

Los elementos más radicales y extremos en Estados Unidos,  algunos países europeos y en los países árabes calientan regular y cíclicamente el ambiente,  relanzando recelos y resentimientos.  También colaboran intelectuales y políticos que en vez de promover el diálogo religioso y apoyar a las voces moderadas  explican, de un lado, que el Islam es esencialmente violento, y desde el otro,  en una curiosa coincidencia, que el Islam y la democracia no son compatibles.

La crítica al Islam se usa también como arma contra la inmigración tanto en Europa como Estados Unidos.  El temor racista a perder supuestas esencias activa ofensivas políticas contra el Islam. El racismo se encubre alegando que el problema no es racial sino cultural: la presencia de inmigrantes musulmanes llevaría a la pérdida de la identidad a estadounidenses y a europeos blancos y cristianos. Si se les deja, inclusive impondrán sus reglas y la sharia.  Al mismo tiempo, la desregulación del capital y el empleo que comenzó hace 40 años se llevó fuera de Estados Unidos y parte de Europa mucho empleo al tiempo que abrió las puertas a la inmigración. Una mezcla explosiva en el largo plazo.  La islamofobia tiene también un componente económico. 

El papel del Estado

Una mala película hecha por un grupo de fanáticos, aliados con un extravagante pastor que hace unos meses quería organizar una quema pública del Corán, pasa a ser un éxito en YouTube gracias a que otro fanático en la televisión egipcia la presenta de forma incendiaria. A partir de ahí no hace falta  más. Los líderes religiosos usan todos los medios para movilizar a miles de (especialmente) hombres mayoritariamente jóvenes,  desempleados y sin opciones, para que salgan a la calle a quemar banderas, asaltar embajadas y, en todo caso, matar a algún embajador.

Una vez movilizada parte de la sociedad comienza la tensión entre concepciones diferentes del Estado. En el llamado mundo occidental, tanto en el Norte como en el Sur,  los gobiernos en países democráticos tienen escasos límites para imponer restricciones a lo que se publica, se exhibe, se canta o se dice en la calle.  Hay formas indirectas de censura, pero el margen de lo que se denomina libertad de expresión (aunque también se use para publicar basura, insultos o fotos íntimas de la monarquía británica) es muy grande.  

En países que han vivido bajo el colonialismo y de ahí pasaron casi directamente hacia férreas dictaduras, los mensajes públicos son, o eran controlados por el poder.  Para muchos ciudadanos egipcios, libios o sudaneses es impensable que no exista una conexión entre los fanáticos que  hicieron la película en California y la Casa Blanca. No se trata sólo de ignorancia sino de la carencia de elementos conceptuales de lo que es el Estado liberal, y las diferencias entre éste y la sociedad, y los múltiples escalones, relaciones y tensiones, y contradicciones, que anidan en una sociedad democrática.

Para algunos políticos e intelectuales musulmanes la separación que establece el Estado liberal entre religión y Estado, y entre esfera pública y privada, no son procedentes.  Esto no significa que alienten la violencia, pero la forma en que conciben, por ejemplo, los Hermanos Musulmanes egipcios, y mucho más los salafistas, apunta hacia organizar la sociedad y las instituciones  en torno a la religión.

La deslegitimación de Estados Unidos
Cuando miles de personas salen a la calle en El Cairo o Trípoli para asaltar la embajada de Estados Unidos o quemar el colegio americano  no logran establecer la relación entre Estado y sociedad. No hay diferencia entre un fanático y Obama a la hora de meter todo en el saco del resentimiento hacia Estados Unidos como representación de Occidente.
Pero menos aún pueden hacerlo en un clima de alta incertidumbre ante el futuro,  de violencia masculina constante en las relaciones sociales, y al encontrarse cegados por las prédicas de los líderes religiosos que no ayudan a comprender la realidad, las medias palabras de sus gobiernos que temen enfrentarse a los votantes y grupos políticos más radicales (como los salafistas en Egipto), y  el aburrimiento por no tener nada que hacer.
Destruir una embajada, quemar la bandera de Estados Unidos o pisar una foto del presidente Barack Obama son actos simbólicos que pueden acabar en asesinato, como ocurrió con el embajador en Libia.  En estos casos la esfera simbólica refleja la realidad de la deslegitimación que tiene Estados Unidos en el mundo musulmán.
Este descrédito lo han producido décadas de apoyo a los dictadores locales que ahora han caído o están asediados en sus cuarteles y mansiones, y más medio siglo de apoyo a Israel en su guerra de opresión y ocupación de los territorios palestinos. Doblemente humillados por esos gobernantes y sus amigos de Washington, París y Londres, la reacción es ahora, sin duda, brutal e ilegal, pero es en cierta forma equivalente a los años de represion y el tiempo perdido por varias generaciones.
Al descrédito de Washington también han ayudado las invasiones en Irak para eliminar armas nucleares que se sabía que no existían, en Afganistán para construir (y al final abandonar el intento) un estado liberal a la fuerza, las torturas y humillaciones a prisioneros musulmanes en Abu Ghraib y Guantánamo,  los ataques de aviones no tripulados (drones), y las promesas de Obama en 2009 que lucharía por la creación de un Estado palestino y establecería un nuevo diálogo con el mundo árabe.
Un factor que genera desconcierto es que Estados Unidos, pese a estos antecedentes, ha ayudado a la caída de Hosni Mubarak y Muamar el Gadafi. ¿A qué se debe entonces la reacción contra Washington?  La clave es que, como ha ocurrido en Afganistán y en Irak, el factor nacionalista está presente y después del momento de la euforia por la caída del dictador, se produce un movimiento pendular en contra de la ocupación.
Todas las sociedades implicadas son post-coloniales y todos sus representantes y grupos políticos, sea porque lo creen o porque fingen, tiene que jugar la carta anticolonialista. Así se explica que el Presidente Hamid Karzai en Afganistán, que caería en 24 horas sin el apoyo de la OTAN, critica constantemente a Estados Unidos.
La combinación de estos factores ha provocado, y continuará provocando, choques y violencia. Lograr que las expresiones y voces del fanatismo queden restringidas a su pobre valor es tarea de  líderes religiosos y políticos, jueces, intelectuales y periodistas, organizaciones y redes sociales. También es tarea de los gobiernos de países con tradición cultural musulmana promover pactos, reglas y convivencia en sociedad inclusivas hacia las minorías y hacia las mujeres. La democracia en Egipto, por ejemplo, pasa por el reconocimiento y protección de la minoría coopta, y por enfrentar la temible y creciente violencia de género.
Entretanto, Estados Unidos y Europa tendrán que reflexionar sobre cómo establecer una relación con los países en procesos de cambio que sea visiblemente más respetuosa y diferente de las que había hasta hace menos de dos años, basada en la estabilidad regional y el acceso a recursos energéticos a buen precio.  Un largo pero urgente camino para todas las partes.
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* Mariano Aguirre es director del NorwegianPeacebuildingResearch Centre (NOREF), Oslo. www.peacebuilding.no

 

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