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El Invitado de RFI

Elena Poniatowska, el rayo que no cesa

Primera modificación:

El pasado martes, la Asociación de Amigos de México en Francia organizó un encuentro en la Casa de América Latina de París en torno a la vida y obra de la escritora y periodista mexicana Elena Poniatowska Amor.Presentado por el hispanista francés Jean Paul Duviols, profesor emérito de la Sorbona, este encuentro permitió a Elena Poniatowska repasar sus más de sesenta años de actividad periodística y literaria. 

Elena Poniatowska en los estudios de Radio Francia Internacional.
Elena Poniatowska en los estudios de Radio Francia Internacional. Foto: Jordi Batallé/RFI
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Elena Poniatowska nace en París en 1932, hija de un príncipe polaco. A los diez años su familia la lleva a México donde ejercerá la profesión de periodista y escritora.

¿Te ha marcado de alguna manera el hecho de que tu lengua materna fuese el francés?

Mi lengua materna es el francés, pero lo practico muy poco. Sobre todo, desde que mi madre murió, ya no tengo a nadie para hablar francés. Yo ni siquiera intuía o imaginaba que era mexicana, porque finalmente mi madre era una mexicana que nació en París, su abuela era una mexicana nacida en París. Así que yo no descubrí que mi madre era mexicana hasta mucho más tarde.

¿El francés quizás te abrió las puertas de la literatura?

Claro que el francés es el idioma de la gran literatura. Es el idioma más intelectual que existe. Pero finalmente yo no aprendí francés nunca, bueno lo aprendí chiquita, cuando aprendes a escribir. Pero después me dediqué completamente al inglés y luego al español.

En 1942 con apenas diez años desembarcas en México. ¿Es cierto que antes del viaje alguien te había enseñado una revista con mujeres africanas, diciendo que eso era México?

¡Ah si!, Mi abuela Elizabeth Sperry estaba completamente en contra de que viniéramos a México. Por la noche ella nos sentaba a mi hermana y a mí a su lado y nos enseñaba la revista National Geografic, que tenía una portada amarilla. Y había - me acuerdo - unas mujeres negras con los pechos hasta las rodillas y unos huesos atravesados en la cabeza y en las orejas. Y nos decía: “You see children, this is Mexico, and they gone to eat you”. Y nosotras creíamos que nos iban a comer llegando a México, porque la abuela estaba completamente en contra de que fuésemos a México.

Rápidamente te diste cuenta de que México no era así.

México era muy, muy calido. Pero de lo que sí me dí cuenta muy chica era que había gente que caminaba descalza por la calle, que escondía su cara para que no la vieras, que caminaba pegada a los muros para no estorbar, y eso me sorprendió muchísimo. Ver gente sin zapatos y gente que aceptaba realmente ser maltratada.

Con dieciocho años empiezas a colaborar en el periódico El Excelsior. He leído que antes de optar por el periodismo querías casarte con un príncipe europeo, ¿es cierto eso?

¡No, nunca! (se ríe) No, yo estuve en un convento de monjas, todo el día rezaba y rezaba, “C’est ma faute, c’est ma faute, ¡c’est ma grande faute!” Tuve una educación muy religiosa, muy católica, y nunca pensé en un príncipe. Aunque un poco sí... Creo que mi hermana lo pensaba más que yo. El destino, en general, era que las grandes familias se casaran con grandes familias.

¿Eras consciente de la alcurnia de tu familia?

No, para nada. Porque en México eso ya no existía.

 

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