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Argentina

Nisman, la trama secreta

¿Suicidio, suicidio “inducido” o asesinato? A una semana de la muerte del fiscal que acusaba a la presidenta Cristina Kirchner, las tres hipótesis siguen abiertas. Y crece la sombra oscura de los agentes de inteligencia sobre la investigación.  

Un 70% de los argentinos piensa que la muerte de Nisman no será esclarecida, manifestación en Buenos Auires, 21 de enero de 2015.
Un 70% de los argentinos piensa que la muerte de Nisman no será esclarecida, manifestación en Buenos Auires, 21 de enero de 2015. REUTERS/Enrique Marcarian
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Por Juan Buchet

Corresponsal en Buenos Aires

La muerte del fiscal Alberto Nisman sacudió y sigue sacudiendo a la Argentina. Nisman era uno de los magistrados más mediáticos del país. Se había propulsado a las primeras planas de los diarios en 2009, cuando solicitó del juez a cargo de la instrucción del ataque a la mutual judía AMIA, la inculpación de ocho personas (dos libaneses del Hezbollah y seis funcionarios iraníes, de los que cinco fueron objeto de pedidos de captura internacionales) por su responsabilidad en ese atentado, que dejó un saldo de 85 muertos y más de 300 heridos en 1994 en Buenos Aires.

Nisman había vuelto a estar en el centro de la noticia el 14 de enero de 2015, después de haber acusado a la presidenta Cristina Kirchner de ser la autora de un “plan criminal” destinado a exculpar a los sospechosos iraníes buscados por Interpol. La oposición lo había convocado al Congreso, para presentar las pruebas de esta grave acusación en el marco de una audiencia especial fijada al lunes 19 a las 15 horas.

Pero, en la madrugada de ese día, la Argentina descubre con estupor que el cuerpo sin vida del fiscal había sido encontrado en su domicilio en la noche del domingo.

Desde entonces, tres hipótesis son presentadas para explicar la muerte del fiscal: el suicidio de un hombre que no habría resistido a la presión; el suicidio “inducido”, es decir provocado por terceros; y el asesinato. Salvo para la primera opción, obviamente, se piensa en una acción llevada a cabo por agentes de inteligencia. Para la fiscal a cargo de la investigación, Viviana Fein, a una semana del drama, las tres pistas siguen abiertas. Y lo que se conoce de los hechos incita a la mayor prudencia.

Alberto Nisman regresa precipitadamente de sus vacaciones en Europa el 12 de enero. Estaba con la mayor de sus hijas y debía encontrarse con su exmujer, la jueza federal Sandra Arroyo Salgado, que venía de Buenos Aires con la hija menor, el 19. La cita estaba pactada en París, donde la familia iba a festejar los 15 años de la mayor. Pero Nisman sale el 11 de Madrid, dejando a su hija sola en el aeropuerto de Barajas, donde su madre la recoge tres horas después.

El martes 13, Nisman presenta a la jueza federal de turno (en enero, pleno verano en la Argentina, hay feria judicial, es decir que los tribunales están cerrados salvo casos de urgencia) un texto de 290 páginas, firmado del mismo día, en el que acusa a la presidenta, al ministro de Relaciones Exteriores Héctor Timerman y a seis otras personas, de haber ejecutado un “plan criminal” para beneficiar a los inculpados iraníes de la AMIA en el marco de un acuerdo secreto con Teherán.

El 14, envía un resumen del acta de acusación a algunos periodistas y a parlamentarios de la oposición. A la noche, comienza un road-show mediático que durará hasta el viernes. Entretanto, la oposición decide convocarlo para el lunes 19 en sesión extraordinaria (el Congreso también está cerrado por vacaciones). Después de una desmentida muy dura del canciller y otra, firme y argumentada, del exsecretario general de Interpol, Ronald Noble, que invalida un punto central de la acusación de Nisman, los parlamentarios del oficialismo deciden participar de la audiencia para, según sus palabras, rebatir “una operación contra la presidenta”.

El sábado 17, Nisman no sale de su domicilio, en el piso 13 de una de las tres torres del complejo Le Parc, en Puerto Madero, uno de los barrios más lujosos y seguros de Buenos Aires. Se había despedido de sus custodios (diez miembros de la Policía Federal, que se turnan por grupos de dos o tres para asegurar su seguridad desde 2007) el viernes a la noche, y los había citado para el domingo a las 11 y 30.

De acuerdo con varios testimonios, no quería tenerlos cerca de forma permanente y los solicitaba principalmente para sus traslados. Según periodistas y políticos que estuvieron en contacto con él el sábado, trabajaba sobre la presentación que iba a hacer en el Congreso. Algunos dicen que se sentía en peligro.

En todo caso, uno de sus custodios declaró a la fiscal que Nisman lo había llamado por la mañana para pedirle un arma. El policía se habría negado y le hubiera propuesto reforzar su protección. Nisman habría contestado que no era necesario, que solo quería tener una pistola en el auto cuando salía con sus hijas, y que lo volverían a hablar el lunes. Un poco más tarde, llama a uno de sus colaboradores, un técnico en computación que trabaja con él desde hace años, Diego Lagomarsino. Sabe que éste posee una pistola Bersa Phantom calibre 22 y solicita que se la preste por el fin de semana. Lagomarsino acepta y se acera al domicilio del fiscal a las 19. Según su declaración, se queda unos 45 minutos en lo de Nisman, que le ofrece un café, y le deja la pistola. El paso de Lagomarsino en el horario indicado está registrado en el cuaderno de entradas y salidas de la seguridad privada de la torre.

El domingo 18, los custodios se presentan al pie del edificio a las 11.05. Después de un tiempo de espera, lo llaman a sus celulares, sin obtener respuesta. Inicialmente, se había dicho que la primera llamada tuvo lugar a las 13.30 pero algunas fuentes señalan ahora contradicciones entre las declaraciones de los custodios que la situarían entre las 14 y las 17. Luego, se comunican con la secretaria de Nisman que intenta localizarlo sin éxito. Suben entonces al departamento, donde encuentran la puerta cerrada y los diarios de la mañana sin recoger. Tocan timbre y no obtienen respuesta, por lo cual los deciden ir a buscar a su madre, Sara Garfunkel, que tendría el código digital de la puerta principal y una copia de las llaves de servicio de la vivienda. Van y vienen con ella dos veces, pero Garfunkel no recuerda el código y no puede abrir una de las cerraduras de la puerta de servicio. Llaman entonces a un cerrajero, que les permite ingresar al departamento por esa entrada a las 22.30.

Minutos después, la madre y el jefe de los custodios hallan el cuerpo de Nisman en un charco de sangre en el baño de su dormitorio. Lo ven a través de la puerta entreabierta, bloqueada por el cuerpo, sin penetrar en el cuarto de aseo. Los policías dan aviso a sus superiores. Poco antes de las 23 llegan tres ambulancias, dos del SAME, el servicio público de urgencias, y una pedida por Garfunkel a una obra social privada, SwissMedical. El médico de esta institución, el único autorizado a subir, constata la muerte, a través de la puerta entreabierta, por la rigidez cadavérica del cuerpo, y no firma acta de deceso.

El juez federal Manuel de Campos llega a la una de la madrugada, el secretario de Seguridad Sergio Berni 26 minutos más tarde, poco antes que la fiscal Viviana Fein. Los peritos forenses, arribados poco después, fotografían y filman la escena desde fuera del baño antes de penetrar en el mismo: con la remera y los bermudas ensangrentados, Nisman está efectivamente muerto. Tiene un orificio de bala en la sien derecha y bajo el cuerpo se encuentra una pistola. A las 5.10 del lunes 19 el cuerpo del fiscal es trasladado a la morgue. Entretanto, y antes de realizar pericias en las otras áreas del departamento, los investigadores fotografían toda la vivienda y, página por página, los documentos encontrados en el escritorio del fiscal.  

De acuerdo a la autopsia, Nisman murió de un tiro a quemarropa que salió de la pistola encontrada en el cuarto de baño, identificada como la Bersa que le había entregado Lagomarsino. El deceso se produjo el domingo 18, “cerca de mediodía”, según una declaración de la fiscal de este sábado 24 de enero, alrededor de las 14:30 de acuerdo a informaciones que se habían filtrado previamente.

Su cuerpo no mostraba marcas de violencias. Un primer examen no permitió encontrar restos de pólvora en sus manos pero un segundo análisis está previsto. Por otra parte, se supo que Nisman había tenido hace unos años dos licencias de porte de arma, hoy vencidas, para una pistola calibre 22 y un revolver de 38 mm.

Había informado haberse separado de la primera pero no había dicho nada del segundo, que no fue encontrado en su domicilio. Por último, se conoció la existencia de un tercer acceso a su departamento, un pasadizo, en el que se hallaron huellas, que comunica con el del vecino, propiedad de un extranjero y desocupado en el momento de los hechos.

Con base en estos elementos, los primeros interrogantes tienen que ver con la actuación de los policías a cargo de la seguridad de Nisman. ¿Cómo explicar que lo hayan dejado solo desde el viernes a la noche hasta el domingo a la mañana? y que, apersonados en el lugar cuando, según la autopsia, el fiscal aún estaba en vida, hayan tardado más de once horas para entrar en el departamento? ¿Incompetencia y larga frecuentación del magistrado, que los había acostumbrado a mantenerse a distancia? Se sabe que en este tipo de situaciones, los reflejos profesionales se pueden perder. Pero también se puede pensar en una voluntad deliberada de liberar la escena del drama.

Veamos ahora las distintas hipótesis acerca de la muerte de Nisman. La del suicidio, rechazada por sus allegados, fue privilegiada en un primer tiempo por la fiscal, que afirmó que no había habido “participación de terceros” porque no se había violentado el departamento y la puerta de servicio estaba cerrada del lado interno.

La ausencia de pólvora en las manos de Nisman y la existencia de un tercer acceso a la vivienda llevaron luego a dudar de esta pista. Pero resurgió con fuerza cuando se tuvo conocimiento de la insistencia con la que buscó, el sábado, conseguir el arma que lo mató el día siguiente.

La desmentida del exsecretario general de Interpol, el viernes 15, que fragilizaba su acusación contra la presidenta, ¿podría haberlo abatido al punto de quitarse la vida? Sin embargo, aquellos que hablaron con él el 17, no describen a un hombre deprimido o desesperado, más bien confiado aunque preocupado.

La hipótesis del suicidio provocado por terceros se nutre de los elementos que acabamos de mencionar, con el agregado de que Nisman habría sido víctima de una manipulación.

Se lo habría hecho regresar de Europa para presentar sus acusaciones contra la Presidenta con carácter de urgente, en vez de esperar febrero y el fin de la feria judicial, lo que explicaría que haya dejado a su hija en Madrid en las condiciones antes expuestas. ¿Con qué argumentos?

Quizás, que iba a ser apartado de la causa AMIA. Nisman vuelve, acusa, sale en los medios, es convocado al Congreso. Y el sábado, después de la desmentida de Noble, se le habría informado que las pruebas que se le habían entregado para fundamentar su acusación no eran tales. ¿Quién estaría detrás de esta doble o triple manipulación? Agentes de los servicios de inteligencia, en la jerga local, los “servicios”.

¿Novelesco? No tanto, porque Nisman tenía gran cercanía con el submundo de los “servicios”. Su investigación sobre el atentado contra la AMIA debía mucho al trabajo de un hombre, Jaime Stiusso, considerado hasta hace poco como el más poderoso de los agentes de la SI (Secretaría de Inteligencia).

Stiusso, miembro de los servicios desde 1972, es decir cuatro años antes de la dictadura militar, fue puesto en contacto con Nisman en 2004 por el expresidente Néstor Kirchner en persona, para que lo ayude en sus investigaciones. Y no es un secreto que el pedido de inculpación de los sospechosos iraníes se sustenta esencialmente en escuchas telefónicas provenientes de los servicios de inteligencia, al igual que la acusación contra la presidenta Cristina Kirchner presentada hace unos días.

La supuesta manipulación de Nisman por agentes de inteligencia es también evocada en la hipótesis del asesinato, abiertamente formulada por Cristina Kirchner en su cuenta de Facebook el jueves 22 (el lunes, en la misma red social, se inclinaba por el suicidio).

Según la presidenta, que denuncia con indignación a los servicios, se habría usado al fiscal para atacarla, antes de matarlo para reforzar la acusación contra ella. En esta versión, como para el suicidio “inducido”, los responsables serían agentes o exagentes de la SI que intentarían desestabilizar al Gobierno “tirándole un muerto”.

Existe obviamente otra versión en lo que respecta al asesinato, nunca presentada públicamente por personalidades políticas, pero que está en la mente de muchos argentinos hostiles al oficialismo: se trataría de una acción llevada a cabo por agentes vinculados al poder para impedir que Nisman hablara. Sin embargo, la fragilidad de las acusaciones contra la presidenta y el hecho que sea ella quién deba pagar el mayor costo político por la muerte del fiscal incitan a la prudencia con esta pista.

Pero si tales hipótesis, que parecen salidas de una serie de espionaje o de un libro de John LeCarré, pueden circular, es antes que nada porque los servicios secretos argentinos no fueron depurados después de la dictadura (como lo atestigua la permanencia de un hombre como Stiusso) y porque desde 1983, ningún gobierno democrático pudo (o intentó) controlarlos (aunque algunos, como el actual, los utilizaron para escuchas ilegales de opositores o periodistas). Y también, porque en diciembre de 2014 la Secretaría de Inteligencia fue sacudida por una guerra interna que condujo las autoridades a cambiar su dirección y a excluir a algunos agentes, entre ellos Stiusso, hasta entonces jefe de Operaciones. De ahí las sospechas de que éstos últimos puedan actuar en contra del poder.

El análisis de las llamadas y mensajes de los teléfonos celulares y de los mails de las computadoras de Nisman debería aportar informaciones importantes, especialmente en lo que respecta a la pista del suicidio inducido. En relación a la del asesinato, se esperan indicios del examen de las huellas encontradas en el pasadizo que comunica con el departamento vecino, de las grabaciones de las cámaras de seguridad, así como de los registros de entradas y salidas de las tres torres del complejo Le Parc, que comparten un mismo estacionamiento subterráneo.

Pero los argentinos no se hacen demasiadas ilusiones: según una encuesta, un 70% piensa que la muerte de Nisman no será esclarecida, como ocurrió en el pasado con unos cuantos supuestos suicidios o asesinatos sospechosos de personas vinculadas a asuntos delicados para el poder. Y, salvo muy improbable avance determinante de la investigación, la desaparición del fiscal pesará sobre la campaña de las presidenciales de octubre de 2015.

 

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