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Opinión

Interrogantes en torno a la intervención militar de Francia en Mali

La intervención militar de Francia en Mali podría pasar de un ataque contra los grupos islamistas armados a una presencia militar de largo plazo. En tal caso, Francia afrontaría el dilema de iniciar un largo proceso de reconstrucción del Estado o marcharse sin haber logrado su objetivo.

Militares franceses en el aeropuerto de Bamako, 14 de enero de 2013.
Militares franceses en el aeropuerto de Bamako, 14 de enero de 2013. AFP PHOTO/ISSOUF SANOGO
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La ofensiva lanzada por Francia en Mali con apoyo diplomático (pero no militar) de Estados Unidos y otros países europeos contra grupos insurgentes en el norte de Mali, podría permitir que éstos se replieguen momentáneamente. Pero no parece haber una estrategia política para negociar el futuro de Malí.

Por el contrario, aunque el presidente François Hollande ha dicho que será una operación rápida, resulta incierto cómo se evitará que los insurgentes no avancen nuevamente hacia el sur. El ejército de Malí es débil y tiene escasa capacidad de resistencia.

¿Ocupará Francia la parte sur de Malí durante un tiempo, exponiéndose a correr los riesgos de los que la OTAN está justamente escapando en Afganistán? ¿Podría la intervención llevar a una fractura de hecho del país?

Una crisis regional

La crisis de Malí se arrastra desde hace décadas. La miseria (es uno de los países más pobres del mundo), la debilidad del Estado con capital en Bamako y la falta de atención por parte del sur hacia el norte son problemas de fondo que nunca fueron abordados. El tráfico de bienes diversos, incluyendo drogas y armas, se convirtió en una fuente de supervivencia para muchos grupos sociales. El país era presentado hasta hace poco como un ejemplo de democracia en la región.

En enero de 2012 comenzó una rebelión de los Tuareg –grupo que se ha levantado cíclicamente contra el colonialismo francés y contra el Estado de Mali reivindicando la secesión para las provincias de Kidal, Gao y Timbuktu en el norte del país. Pronto, su Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA) estableció alianzas con otros grupos armados.

Por otro lado, la guerra en Libia, la intervención de la OTAN y caída del régimen en 2012 condujo a que un fuerte contingente de milicianos de Mali que defendían a Muamar Gadafi volviera a su tierra cargados de armamento y vehículos de transporte.

El mismo año, el 21 de marzo, el presidente Amadou Toumani Touré fue derrocado por un golpe militar bajo acusaciones de corrupción y de no enfrentar la crisis de desintegración del Estado.

El levantamiento contra Touré fue aprovechado por el capitán Amadou Haya Sanogo, entrenado en técnicas de contrainsurgencia por Estados Unidos, para hacerse con el poder. En el marco de la lucha contra el terrorismo en África, Washington creó en 2007 el US Trans-Sahara Counter Terrorism Partnership (TSCTP) para entrenar al gobierno de Mali y facilitar armas y equipo para luchar contra Al Qaeda y el crimen organizado en el Sahel.

El Sahel se extiende de Oeste a Este del continente incluyendo una parte de Mali, Argelia, Níger, Mauritania, Chad, Sudán y Eritrea. Argelia es el país clave en su parte central para cualquier operación en la región. Francia y Estados Unidos lo consideran decisivo ya que Argelia posee un poderoso ejército e influencia económica. Además, ese país ya libró una guerra brutal contra los islamistas radicales en los años 90. De hecho, Argel ha aceptado que algunos cazabombarderos franceses sobrevuelen su territorio antes de lanzar ataques en Mali.

Los grupos insurgentes

Poco después del golpe militar en marzo, las fuerzas armadas perdieron el control de tres regiones en el norte del país a manos del MNLA, el grupo islamista Ansar Dine, el Movimiento para la Unidad y la Jihad en África Occidental (MUJAO), y al-Qaeda en el Magreb islámico (AQIM). MUJAO ha impuesto la interpretación más rígida de la Sharia (Ley Islámica) y se supone que sus integrantes provienen de otros países de África, y que tiene contactos con el grupo radical Boko Haram en Nigeria y al-Shabab en Somalia.

Los grupos jihadistas que han desplazado en gran parte a los Tuareg debido a sus confrontaciones internas controlan actualmente tres cuartas partes de la zona norte, con alianzas y tensiones políticas, religiosas y económicas (flujos de tráficos ilícitos) entre ellos. La rebelión del Norte y la escasez de alimentos han causado hasta ahora el desplazamiento de entre 300.000 a 400.000 personas.

Cuando en julio pasado los radicales del Movimiento para la Unidad y la Jihad en África Occidental destruyeron los templos sagrados en Tombuctú pusieron de manifiesto esa confrontación. Patrick Smith y Pietro Musili explicaron hace pocas semanas en The Africa Report:

“Esa profanación simboliza el choque entre los guerreros salafistas, que se inspiran del puritanismo de la secta Wahabi en Arabia Saudita, y la mayoría Sufi en Mali. Pero también indica las profundas cuestiones religiosas y políticas que yacen en este país, las cuales no serán resueltas por la anunciada intervención para reconquistar el norte, no importa cuan eficiente será la misión según los estrategas militares”.

En octubre pasado, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó por unanimidad una resolución en favor de que se lleve a cabo una operación militar en Mali para asistir al ejército en la recuperación las provincias del norte. La Comunidad Económica para los Estados Africanos (ECOWAS) y la Unidad Africana (AU) comenzaron a trabajar en el proyecto de desplegar 3.300 efectivos. Desde entonces, el plan ha avanzado lentamente al mismo tiempo que crecen las dudas sobre la capacidad logística y militar de diversos ejércitos africanos para combatir contra los experimentados jihadistas.

Pedido de intervención

Atrapado entre la ofensiva de los insurgentes desde el norte y la falta de decisión de los países africanos, los mandos militares y el gobierno de Mali han estado presionando en los últimos meses a ECOWAS, a París y a Washington para que se lleve a cabo la intervención.

El gobierno de Barak Obama se ha mostrado cauteloso porque teme que la falta de un plan político y la debilidad de las fuerzas africanas terminen implicando a Estados Unidos en una nueva guerra. Obama prefiere su estrategia de implicarse a distancia y sin tropas, y ha ofrecido a Francia los aviones no tripulados (drones) e informes de inteligencia.

A París le preocupa la inestabilidad en su zona de influencia postcolonial en África. A la vez, quiere preservar sus intereses comerciales y explotaciones de minería en Níger. Esta acción militar, según indica la investigadora Amel Boubekeur al Financial Times, también está orientada a “desafiar la presencia de otros actores en la región, como China”.

París teme también el impacto que pueda tener la insurgencia sobre Argelia, su principal aliado en la región. Francia posee un considerable número de expatriados viviendo en la zona y varios secuestrados cuya vida corre ahora alto peligro.

Los interrogantes

La operación militar, que ha tenido inicialmente un fuerte apoyo en Francia y en Mali, abre numerosos interrogantes. En especial, ¿cuál es el objetivo del gobierno de Hollande?

El mayor problema es cómo reestablecer la integridad territorial de Mali sin que la intervención limitada se convierta en una misión de largo plazo de construcción del Estado. Éste ha sido el problema mayor en Afganistán. De hecho, esto fue lo que produjo el fracaso de la intervención de Estados Unidos y sus aliados (entre ellos, Francia) en ese país.

Dada la debilidad tanto del Gobierno de Bamako como de las fuerzas armadas de Mali y la incapacidad de ECOWAS, a lo cual se añaden las divisiones de los países africanos, es difícil ver quién podría liderar un proceso de construcción del Estado. Porque el territorio de Mali es inmenso y está fragmentado en diversos grupos de identidad, incluyendo a los Tuareg que luchan por la secesión. Además, la estructura institucional es débil y la mitad de su territorio está ocupado por la insurgencia.

Una de las críticas más fuertes a la acción de Hollande ha provenido del ex ministro francés de Relaciones exteriores, Dominique de Villepin. En un artículo publicado en el Journal du Dimanche, de Villepin indicó que la intervención se ha lanzado sin tener un objetivo claro: “Detener el avance hacia el Sur de los jihadistas, retomar la zona norte y erradicar las bases de AQIM son guerras diferentes”. A la vez, de Villepin señaló que Francia va a librar esta guerra en solitario porque el ejército de Malí no es fiable además de ser débil.La experiencia de las intervenciones militares, desde Iraq y Afganistán hasta Somalia y Haití, indican que se precisan objetivos muy claros y, fundamentalmente, estrategias políticas que guíen el eventual uso de la fuerza militar, y no lo contrario.

Mali precisa un plan internacional y nacional negociado entre los diversos grupos de identidad, el gobierno, los países vecinos (Argelia, Mauritania, Níger y Chad), y aquellos Estados que quieran cooperar con fondos para el desarrollo, el fortalecimiento de las instituciones con especial énfasis en un sistema legal integrador, asesoramiento y entrenamiento para las fuerzas de seguridad, y eventualmente una operación de paz pactada entre todos.

La guerra contra los insurgentes, si el diálogo no es posible, tendría que ir vinculada a un proyecto amplio de cambio. De lo contrario, los jihadistas serían empujados hacia un lado, para volver en pocos meses con más fuerza del otro, tal como ocurrió con los Talibanes en Afganistán hace una década.

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Mariano Aguirre dirige el NorwegianPeacebuildingResource Centre (NOREF), Oslo. www.peacebuilding.no

 

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